Hello Stranger
Sintió una mirada muy fijamente, inquirió esa mirada y ahí estaba él, sentado en otra mesa del bar, que era como cualquier otro, con la diferencia de la gente adinerada y vulgar que se encontraba disfrazada con la soledad a cuestas.
Pareciese que al momento de mirarse, los hubiesen dejado solos. Ella sin quitarle la mirada, observo como poco a poco se acercaba a dónde se encontraba. La visión en un momento se convirtió borrosa, todo, exceptuándolo a él. No dijo palabra alguna, no coqueteo, ni siquiera intento seducirla. Su imagen fascinante lo decía todo. Ella no dijo nada, aparto su mirada por primera vez y la introdujo perdida en un horizonte inerme.A él le sorprendía su silencio, su belleza taciturna. A ella su extraña pero reconfortante compañía.
Lentamente se volteó tocando sutilmente el escote de su vestido. Con voz tranquila, ella le dijo a aquél extraño que deseaba bailar. Ambos sentían asfixiarse, el deseo les desgastaba la razón. Bailaron un poco, como si de esa forma tuvieran el pretexto idóneo para escapar del bullicio, de la podredumbre. El baile los llevó a un salón contiguo; el cuerpo de ella entraba en contacto con la oscuridad y la brillante luz rojiza proveniente de la calle de junto. Sin pensarlo, con una mano comenzó a acariciar su cabello, su rostro, su mejilla; con la otra la restregaba a su cuerpo, en el continuó baile de persuasión.
Cansada por el misterioso baile, o tal vez la bebida, ella le pide la deje reposar un poco. Se adormece por un tiempo en un sofá. Él la mira deslumbrado por su beldad. Con sigilo se acerca a su oído para preguntarle sobre su mejoría, pero sin darse ella voltea su rostro dejando la boca al borde de la otra.
Como una niña, pretendió estirarse, y él sin poder contenerse, la beso. Sus labios deliciosamente indescriptibles, el olor de su boca que engañosamente no tenía el sabor del licor, era más bien un olor adictivo, unas ganas mudas que salían como una respiración caliente, sedienta. Sus manos seguían bailando, como si jamás hubiesen parado. El cuello de ella, se convirtió en su predilección, hasta bajar exquisitamente a su escote, aquel provocador insatisfecho.
Parecía estúpido pero estaba enamorado de una mirada, de unos suspiros, de una forma de caminar… de provocarlo. La fuerza con la que ella lo empujo fue suficiente para que las caricias subieran de intensidad, ambos buscaban la boca del otro, el buscaba sus senos, su espalda, sus piernas, su sexo. Ella le besaba con dulzura, y acariciaba su cuerpo, su torso, su cuello, las ingles, su boca.
Cada caricia y cada beso desataban el deseo acumulado por no haberse encontrado durante tanto tiempo, hasta entonces, en una noche con una mujer de sombras entristecida s y mirada oscura, con un extraño pero conocido de pensamientos legibles, de entrañable remembranza y de deseos más allá de la piel que juntos compartían…
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